El teatro como interpretación

El teatro como interpretación
posee el mismo marco pragmático que los juegos ficcionales de los niños, de los
que el trabajo del actor es una prolongación.
La diferencia es que en el arte teatral, en el sentido canónico del
término, la interacción de los actores no es el objetivo último: actúan ante y
para un público, lo que introduce restricciones específicas que no son internas
a la constitución del universo ficcional, sino que se derivan de la necesidad
de hacer accesible ese universo a personas que no participan en la actuación.
En el plano de la encarnación
textual del arte dramático, el vector de inmersión es el de una simulación
virtual de acontecimientos intramundanos. La diferencia esencial entre esta
postura y la del actor consiste en el hecho de que el actor imagina
directamente el universo visto y actuado a través de un personaje. El lector
también puede activar el vector que utiliza el actor, el de la sustitución de
identidad actancial (singular o múltiple), con la diferencia de que, en su caso,
es virtual y no actual (físicamente encarnada).
En el plano de la representación
escénica, el teatro moviliza el mismo dispositivo de inmersión que la lectura
del texto dramático. La diferencia entre los dos es simplemente la que hay
entre lo virtual y lo actual. Desde el momento en que admitimos que ninguno de
los dos dispositivos ficcionales tiene prioridad lógica sobre el otro, podemos
decir indiferentemente que la realización escénica es la actualización de la
ficción textual o que el texto teatral es la virtualización de la actualidad
escénica. En la realidad, evidentemente siempre es uno u otro. Generalmente se
admite que el estado textual de las piezas shakespereanas es posterior a su
estado escénico, lo que se explica cuando se recuerda que Shakespeare era,
antes que nada, director de una compañía teatral, y que el teatro isabelino
admitía una parte de improvisación; el estado escénico de las tragedias
clásicas francesas en cambio es una actualización de un estado textual
preexistente.
Jean-Marie Schaeffer
Fragmentos de:
¿Por qué la ficción?, Desórdenes Biblioteca de Ensayo