La relación representación – texto
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El teatro es un arte paradójico. O lo que es más:
el teatro es el arte de la paradoja; a un tiempo producción literaria y
representación concreta; indefinidamente eterno (reproductible y renovable) e instantáneo
(nunca reproducible en toda su identidad); arte de la representación, flor de
un día, jamás el mismo de ayer; hecho para una sola representación, como Artaud
lo deseara. Arte de hoy, pues la representación de mañana, que pretende ser
idéntica a la de la velada precedente, se realiza con hombres en proceso de
cambio para nuevos espectadores; la puesta en escena de hace tres año, por
mucha que fueran sus buenas cualidades, está, en el momento presente, más
muerta que el caballo del Cid. Y, no obstante, siempre quedará algo permanente,
algo que, al menos teóricamente, habrá de seguir inmutable, fijado para
siempre: el texto.
Paradoja: arte del refinamiento textual, de la más
honda poesía, de Esquilo a Lorca o a Genet pasando por Calderón, Racine o Víctor
Hugo. Arte de la práctica o de una práctica de grandes rasgos, de grandes
signos, de redundancias, para ser contemplado, para ser comprendido por todos.
Abismo entre el texto, de lectura poética siempre nueva, y la representación,
de lectura inmediata.
Paradoja: arte de una sola persona, el gran
creador, Molière, Sófocles, Shakespeare..., pero necesitado —tanto o más que el
cine— del concurso activo, creativo, de
muchas otras personas (aún sin contar con la intervención directa de los
espectadores). Arte intelectual y difícil que solo encuentra su acabamiento en
el instante preciso en que el espectador plural se convierte no en muchedumbre,
sino en público, público cuya unidad es propuesta con todas las mistificaciones
que ello implica. Víctor Hugo veía en el teatro el instrumento capaz de
conciliar las contradicciones sociales. Por el contrario Brecht ve en el teatro
un instrumento para una toma de conciencia que divida profundamente al público,
ahondando en sus contradicciones internas. Más que ningún otro arte —de ahí su
situación peligrosa y privilegiada— el teatro, por medio de la articulación
texto-representación, y aún más por la importancia de lo que apuesta material y
financieramente, se muestra como una práctica
social cuya relación con la producción —y en consecuencia con la lucha de
clases— no es nunca abolida, ni siquiera cuando aparece difuminado por momentos
y cuando todo un trabajo mistificador lo transforma, a merced de la clase
dominante, en simple instrumento de diversión. Arte peligroso, de modo directo e indirecto, económico o policial, la
censura —a veces bajo el aspecto particularmente perverso de la autocensura— no
le quita nunca el ojo de encima.
Arte fascinante
por exigir una participación cuyo
sentido y función no están del todo claros, participación física y psíquica del
comediante, participación física y psíquica del espectador. Por mostrar —mejor
que cualquier otro arte— de qué modo el psiquismo individual se enriquece con
la relación colectiva, el teatro se nos presenta como un arte privilegiado de
una importancia capital. El espectador no está nunca solo; su mirada abarca el
espectáculo y a los otros espectadores, siendo a su vez, y por ello mismo,
blanco de la mirada de los demás. El teatro, psicodrama revelador de las relaciones
sociales, maneja estos hilos paradójicos.
Fragmento extraído de Semiótica Teatral de Anne Ubersfeld,
Ediciones Cátedra S.A., 1998