lunes, 11 de julio de 2011

El fascinante mundo del Circo

El circo

Un segundo de vacilación significa la muerte para los artistas circenses. El público, azorado, contempla
el espectáculo con el ama helada.

Es una calurosa tarde de 1928; el silencio es total en la arena, un redoble de tambores agudiza el suspenso de los espectadores, que tienen fijos los ojos en el centro de la pista, donde Clyde Beatty introduce lentamente la cabeza en las enormes fauces de un león de melena negra. Un segundo de vacilación y el domador estará perdido, pero ¡lo logra una vez más! El público se desahoga en rabiosos aplausos, pues así culmina una serie de suertes realizadas por los fieros animales bajo la dirección despiadada y diestra de uno de los domadores más grandes de todos los tiempos. Ese año de 1928 Clyde Beatty llegó a controlar hasta 40 leones de melena negra y tigres de Bengala ante el atemorizado silencio de ciertos de espectadores.
La presencia de las fieras en los circos se remonta  y es una aportación estadounidense. Entre los años 1820 y 1833 I.A. van Amburgh fue el primer hombre que presentó al público animales de la jungla encerrados en jaulas. Este pionero inventó el temerario acto de introducir la cabeza en las fauces de un león. Luego vinieron los elefantes, los tigres, los osos, los caballos, los perros, los camellos, los monos, los papagayos y muchos animales más. En 1874 fueron presentados hasta 50 elefantes en el circo Ringling. Los animales han sido, desde siempre, la principal atracción en los desfiles promocionales de los circos.

El circo, en su afán de presentar lo insólito, lo imposible, lo impensable, reúne toda clases de suertes. Tal vez las más escalofriante sea la de los equilibristas. Desde que en 1859 el acróbata francés J. Leótard (1838-1870) inventara el trapecio volador, muchos de los equilibristas, cuyos números hasta entonces estaban poco desarrollados, intentaron cada vez mayores hazañas. Sin duda, el más temerario fue el funámbulo francés Blondin (1824 – 1897), quien en 1859 cruzó varias veces las cataratas del Niágara  caminando sobre una cuerda tensa: con los ojos vendados dentro de un saco, empujando una carretilla, usando unos zancos, con un hombre a la espalda e, incluso, haciendo una pausa a medio camino para preparar y comerse una omelette. Blondin, seudónimo de Jean François Gravelet, se retiró ileso, a la edad de 72 años. Otro equilibrista famoso por su audacia y por su espectacular muerte fue Karl Wallenda, que a la edad de 73 años cayó de una cuerda tensa dispuesta a 50 m del piso. 


Originarios de Alemania, los Wallenda lograron su máximo esplendor con el acto de equilibrar tres bicicletas sobre el alambre y, posteriormente, con la pirámide de 7 hombres, número que desarrollaron en 1947 en el circo Ringling. Sin embargo, la pirámide cayó en 1962. dos acróbatas murieron y Mario, el hijo de Karl Wallenda, quedó paralítico de la cintura para abajo.  Karl alcanzó a asirse del alambre y continúo presentado sus actos de equilibrismo durante 16 años más. Con la desaparición de Karl Wallenda comenzó el declive de una de las tradiciones más arraigadas: el funambulismo.
La idea de presentar espectáculos masivos comenzó con los primeros grandes recintos de espectáculos concebidos en Roma, donde se construyó el Circo Máximo, que en la época de Julio César tenía capacidad para 300.000 personas y medía 634 m de largo por 211 m de ancho. El circo podía ser circular o elíptico; en este último caso estaba dividido longitudinalmente en el centro de un muro (spina) coronado de estatuas y obeliscos. Cada ciudad importante del Imperio poseía su propio circo. En ellos se celebraban competencias de velocidad de carros tirados por caballos. Con 4, 6, 8 y hasta 12 carros los conductores, habitualmente esclavos, se disputaban el premio. Posteriormente, el emperador Tito inauguró el Coliseo en el año 80. En él cabían 87.000 espectadores y medía 188 m de largo por 155 de ancho. Para ese entonces, la naturaleza del espectáculo había variado. Las luchas entre gladiadores se intercalaban con crueles escenas de fieras que devoraban cristianos. En un solo día podían morir hasta 2.000 gladiadores y 230 bestias. En el año 326 el emperador Constantino terminó para siempre con las matanzas de cristianos y en 523 se apagó para siempre la fiebre de violencia que alimentó durante siglos a los primitivos circos.
Desde entonces, y hasta los primeros años del siglo XVIII, el circo desapareció. Los espectáculos consistían en grupos pequeños de músicos, saltimbanquis o malabaristas, que se presentaban ante los reyes o en algunas ferias, pero sin organización definida. Utilizaban únicamente perros o, en alguna señalada ocasión, un oso domesticado.    
No fue hasta  17658 que, en Inglaterra, un antiguo sargento de caballería, Philip Astley, comprobó que, al galopar de pie sobre su aballo alrededor de un circuito, se le facilitaba mantener el equilibrio gracias a la acción de la fuerza centrífuga. Sin darse cuenta de ello, estaba marcando la primera arena de circo. Pero no fue Astley quien fundó el primer circo moderno: el mérito corresponde a Charles Hugues, uno de sus caballerangos, que lo llamó Circo Real.
En 1893 el circo, como tal, llegó a América. John Bill Ricketts presentó en Filadelfia y en Nueva York un espectáculo que causó sensación. Pronto, los circos se organizaron en familias, pues los trucos y las habilidades, así como la disciplina, se transmitían de generación en generación. Cada familia se distinguía por dominar una especialidad. Por ejemplo, el circo italiano de los Cristiani se conocía por las habilidades de sus jinetes. El primero en introducir fieras al circo fue un entrenador llamado van Amgurgh, que en Nueva York presentó leones en una exhibición pública. Fue él también quien inventó la suerte de introducir la cabeza en las fauces de un león.
El circo se ha caracterizado por su desconcertante reunión de personajes peculiares: payasos, malabaristas, contorsionistas, enanos, trapecistas, fieras, elefantes, monos... Los contrastes que se presentan parecen aludir tanto a las flaquezas como a las capacidades humana: el hombre fuerte capaz de levantar enormes pesos junto a la mujer barbuda, el hombre de goma, la domadora de leones y el ventrílocuo.
El siglo terminó y los circos persisten. Y en la última década, cuando las hazañas espaciales y tecnológicas han rebasado toda imaginación, ya no se busca en ellos la novedad ni lo extraño sino, tal vez el placer del reconocimiento de escenas que nos remontan a época en al que circo todavía era mensajero de lo insólito.

Escenas inolvidables del siglo XX, Readers Digest de México, 1998

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