sábado, 30 de julio de 2011

Semiología teatral

La semiología en el teatro

No se puede leer teatro. Esto es algo que todos saben o creen saber. Lo saben, por desgracia, esos editores que sólo publican las obras de lectura recomendada en las instituciones docentes. No lo ignoran los profesores, que difícilmente disimulan su angustia a la hora de explicar o de intentar explicar un documento textual cuyas claves escapan al libro. Los comediantes, los directores escénicos —que creen conocer el problema mejor que nadie— miran con cierto desdén y recelo todo tipo de exégesis universitarias por considerarlas inútiles y soporíferas. Sábelo también el simple lector, ese lector que cada vez que se arriesga a la empresa de la lectura, tropieza con las dificultades de unos textos que no parece hayan sido escritos por el consumo libresco. No todo el mundo posee el hábito “técnico” del teatro representado o la imaginación especial que se requiere para construir, al hilo de la lectura, una representación ficticia. Y, no obstante, esto es lo que todos hacemos. Operación individualista que no se justifica ni en la teoría ni en la práctica.
Admitamos que no se pueda leer teatro. Y, pese a ello..., hay que leerlo. Ha de leerlo, en primer lugar, quien, por cualquier razón, ande metido en la práctica teatral (amateurs y profesionales, espectadores asiduos, todos vuelven al texto como a una fuente de referencia). Leen también teatro los amantes y profesionales de la literatura, profesores y alumnos (pues no ignora que, en algunas literaturas, buena parte de sus grandes autores son dramaturgos). Por supuesto que nos gusta estudiar las obras dramáticas en su escenificación, verlas representadas o hasta representarlas nosotros mismos. No obstante, confesemos con franqueza que esto de la representación es algo fugaz, efímero, sólo el texto permanece.
En esta lucha entre el profesor de literatura y el hombre de teatro, entre el teórico y el práctico, el semiólogo no es el árbitro sino más bien —si así se le puede denominar— el organizador. Uno y otro de los combatientes se sirven de sistemas de signos; precisamente del sistema o de los sistema que hay que estudiar y constituir conjuntamente a fin de establecer luego una dialéctica verdadera de la teoría y de la práctica.
El semiólogo no pretende mostrar la “verdad” del texto, sólo pretende establecer el sistema o sistemas de signos textuales que permitan al director escénico, a los comediantes, construir un sistema significativo en que el espectador concreto no se encuentre fuera de lugar.
Sin duda que, desde un punto de vista metodológico, la lingüística es una ciencia privilegiada para el estudio de la práctica teatral; y no sólo en lo que atañe al texto —sobre todo en los diálogos—, lo que es de todo punto evidente por ser verbal su materia de expresión, sino también en lo tocante a la representación, dada la relación existente entre los signos textuales y los signos de la representación.
Toda reflexión sobre el texto teatral se encontrará obligatoriamente con la problemática de la representación; un estudio del texto sólo puede constituir el prolegómeno, el punto de partida obligado, pero no suficiente, de esta práctica totalizadora que es la práctica del teatro concreto.


Fragmento extraído de Semiótica Teatral de Anne Ubersfeld, Ediciones Cátedra S.A., 1998

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