La emoción, el espectador y el crítico teatral
El implacable magnetismo corporal de los seres que
se mueven sobre el escenario condiciona nuestro comportamiento social de
espectadores. En el teatro aún cuando nos oculte la penumbra, nos sentimos
observados, sutilmente vigilados por esos cuerpos que, al exhibirse bajo los
reflectores, nos hacen tomar conciencia de nosotros mismos y de quienes nos
rodean. Por eso, mucho más circunspectos y respetuosos que en el cine, evitamos
entrar cuando está empezada la función y no solemos retirarnos antes de que
termine el espectáculo, evitamos desenvolver ruidosamente los caramelos y hacer
comentarios en voz alta. Pero a cambio de tanto autocontrol, exigimos
emociones. Emociones que, como espectadores, nos sentimos con derecho a
reclamar. Al dramaturgo le pedimos emoción para concebir y plasmar su historia;
a los realizadores, para poner en signos ideas y acciones; al personaje, para
develar su interioridad; al actor, para encarnar al personaje; a nosotros
mismos, para justificar nuestro lugar de receptores de un mensaje estético. Y
al crítico... ¿también le exigimos
emoción?
El espectador no especializado quien antes o
después de ver un espectáculo lee la crónica de un estreno, busca encontrar en
el crítico teatral un consejero que, con probidad e independencia de criterio,
le indique qué le conviene ver, un exegeta que lo ayude a comprender, un
interlocutor capacitado con quien confrontar y discutir sus opiniones, un
vocero que haga público los propios elogios y quejas. No obstante, el
espectador-lector tenderá a sentirse defraudado si encuentra en la crónica el
señalamiento de las emociones más profundas que el espectáculo despertó en el
crítico, aún cuando esas emociones resulten similares o idénticas a las que él
mismo experimentó.
Todo lector de una obra literaria busca
internalizar el texto, hacerlo propio, inclusive memorizándolo, para fundirse
placenteramente en él, con él; del mismo modo, el espectador teatral busca una
contigüidad ontológica con el espectáculo, dejándose atrapar por su seducción
básicamente esópica. La crítica problematiza necesariamente esta deseada
simbiosis entre espectador y espectáculo, en la medida en que toda reflexión
separa, supone una distancia con el objeto analizado.
Asimismo, esta contradicción del espectador en
torno de la búsqueda de una racionalidad considerada como necesaria y, al mismo
tiempo, como nociva, por entorpecedora o, directamente, anuladora del goce
estético, no difiere demasiado de las que se presenta en el crítico
especializado. El crítico busca disimular las marcas subjetivas en su discurso,
para responder a las imposiciones de una cultura fuertemente intelectualista,
que sobrevalora lo cognoscitivo en detrimento de lo pasional y que, por su tendencia
a avergonzarse del placer, carece de un léxico apropiado para la expresión de
las emociones.
La crítica teatral presupone diferentes tipos de
discursos: narrativo, descriptivo, explicativo, conversacional, imperativo y
figurativo. Su objetivo fundamental es persuadir más que convencer. Uno de los
aspectos clave de la perspectiva “escritura-lectura de las emociones” es
precisamente esta seducción puesta en juego en el discurso crítico, el cual,
entendido como argumentación, tiene la función de explicar el objeto estético y
de seducir al lector para persuadirlo acerca del valor de un espectáculo, pero
también, tiene la función de crear nuevos sentidos, valorizando o
desvalorizando las significaciones asociadas a los sentidos ya constituidos;
desarticulando, para hacerlas visibles, la sintaxis y la semántica de los
distintos sistemas significantes, como así también las hipótesis pragmáticas
que orientaron el trabajo de realización escénica.
La siempre conflictiva relación entre espectador y
crítico teatral debe intentar resolverse, entonces, reflexionando acerca de
“como decir” y “como leer” las emociones que se transmiten no sólo sobre y
desde el escenario, sino también a través de la escritura crítica que completa
y resignifica el hecho teatral.
Beatriz Trastoy
Fragmentos
de “La emoción, el espectador y el crítico teatral: un conflictivo ménage à
trois”, en Escena y realidad, Oscar
Pellettieri (Editor), Getea, Galerna.