sábado, 17 de diciembre de 2016

La danza en el Romanticismo
Resultado de imagen para danza en el periodo del romanticismo

Durante el período romántico se produjo un gran cambio en esta disciplina artística. A principios del siglo XIX el ballet comenzó a poner en escena historia de príncipes, ninfas, magia y amores no correspondidos.
Mientras que en épocas anteriores se desarrollaban argumentos de temas mitológicos y dioses de la Antigüedad como Apolo, Venus o Marte, en el Romanticismo las historias tenían como protagonistas a príncipes, ninfas, hechiceros, sílfides, magos y enamorados.
Fue una época caracterizada por su riqueza artística, que supuso la aparición de una nueva estética.
Se introdujo el uso del tutú, un vestido corto de gaza que permitía observar la destreza de los pasos, y el baile sobre la punta de los pies (sur les pointes) con zapatillas de punta endurecida, lo que otorgaba a la bailarina un aire de libertad y ligereza.
Se utilizaban los desplazamientos en vuelo, reduciendo así el contacto con el suelo, para dar sensación de flotar en el aire.
Además, los bailarines se esforzaban por transmitir la expresividad necesaria para crear una imagen emotiva.
En la mayoría de los ballets, la bailarina desempeña un papel principal, mientras que los bailarines actuaban como apoyo.
Al mismo tiempo, un factor puramente técnico, la introducción en los espectáculos de la luz de gas, ayuda a introducir en los teatros una atmósfera completamente diferente, pues se ilumina el escenario y la sala permanece a oscuras. Los decorados, que aplican la técnica de Daguerre en superposición y efectos lumínicos, fueron otro elemento clave. El objetivo de todo ello era la representación del mundo romántico de los sueños, la fantasía, lo irreal, frente a lo terreno y concreto, pues se lograba crear un espacio escénico en el que se podía representar un espacio ideal que hacía perceptible ese mundo contrastado de realidad y ficción.
El nuevo ballet se desarrolla a partir de las óperas que triunfaban en París entre un nuevo público de la burguesía emergente. El ballet era una parte fundamental de esas óperas. Por eso se puede decir que la historia del ballet moderno comienza en 1831 con la representación de la ópera “Robert le Diable” de Meyerbeer. En esta ópera se apagaron por primera vez las luces de sala. El llamado “Ballet de las Monjas”, incluido en esta ópera, se desarrolla en un claustro gótico a la luz de la luna; las Monjas son espíritus levantados de su tumba con fantasmales trajes de tul blanco, es decir, el tutú romántico. No sólo estos trajes traen una revolución estética, sino que el tejido utilizado, gasa o tul, permitía movimientos más ligeros a las bailarinas. En este ballet debutó María Taglioni, fundadora definitiva del ballet romántico. Con esta bailarina, hija de un coreógrafo italiano y discípula de Vestris, se consigue por fin la aplicación artística y expresiva de la técnica de puntas.
El ballet como forma artística independiente de la ópera se consagra definitivamente en el siglo XIX, siendo el Romanticismo francés el que revolucionó la técnica
María Taglioni interpretó después de este ballet operístico “La Sylphide”, que independiza el ballet de la ópera. “La Sylphide” fue un éxito total gracias a su libreto, que será un clásico en el repertorio romántico, y también debido a la consolidación de la bailarina como un ser etéreo e irreal, imagen que se perpetúa hasta nuestros días en el ballet clásico. Su argumento es paradigma de los gustos románticos.
La transcendencia de “La Sylphide” se agranda cuando se considera que un joven, Auguste Bournonville, asistió a su representación en 1834 y decidió crear su propia versión del ballet para realizarla en Copenhague, donde desarrollaba su carrera de bailarín y coreógrafo. Esta versión es la que ha llegado hasta nuestros días. El trabajo de Bournonville en Copenhague continúa actualmente en la enseñanza de su estilo en la Escuela de Ballet Real de Dinamarca. Un rasgo importante de esta escuela, que la identifica, es que los bailarines tienen gran importancia, equiparables a las bailarinas, en contraste con lo que ocurrió en París o San Petersburgo.
Bournonville, además, tuvo una visión del Romanticismo más colorista y popular, de tono nacionalista y basado en el folclore local. Su técnica particular se ha conservado gracias al aislamiento y puede resumirse en el trabajo en “batterie” (pequeños saltos), en el uso de un torso erguido mientras los pies realizan complicadas combinaciones de saltos, y la gran simplicidad y elegancia en el uso de los brazos.
El colorismo introducido por Bournonville en el ballet fue parte fundamental en el ballet romántico posterior, con la introducción del exotismo y el orientalismo.
Desde la Ópera de París, surgió una nueva bailarina, Carlota Grisi quien se destacó en el ballet “Giselle”, con libreto de Gautier. “Giselle” es un ballet que, al contrario de otros muchos de la época, ha sobrevivido al paso del tiempo, debido a que es una obra maestra en la concepción dramática y coreográfica.
“Giselle” aúna los aspectos coloristas y nacionalistas con lo irreal y lo fantástico. Su éxito se basó en varios factores; uno era que respondía totalmente a los parámetros estéticos de la época. Dividido en dos actos, seguía la tradición iniciada en “La Sylphide” de contraposición del mundo terrenal con el mundo fantástico, pero ahora era una sola bailarina la encargada de representar los dos mundos. Lo más importante, sin embargo, fue la creación de una música original, una partitura creada exclusivamente para el ballet, que fue compuesta por Adolphe Adam. Hasta ese momento, los ballets se habían coreografiado sobre fragmentos procedentes de óperas. La originalidad de la partitura hace que exista una unidad dramática y coreográfica, gracias a los leitmotivs de los personajes y las situaciones. En “Giselle” la danza es el tema, pero también el medio fundamental de contar la historia.

Fragmentos bajados de arteescenicas.wordpress.com, y tomados de Enciclopedia del Estudiante de Santillana.