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sábado, 12 de enero de 2013

Semiótica teatral


La relación representación – texto



imagen bajada de nancyyacomunica.blogspot.com
El teatro es un arte paradójico. O lo que es más: el teatro es el arte de la paradoja; a un tiempo producción literaria y representación concreta; indefinidamente eterno (reproductible y renovable) e instantáneo (nunca reproducible en toda su identidad); arte de la representación, flor de un día, jamás el mismo de ayer; hecho para una sola representación, como Artaud lo deseara. Arte de hoy, pues la representación de mañana, que pretende ser idéntica a la de la velada precedente, se realiza con hombres en proceso de cambio para nuevos espectadores; la puesta en escena de hace tres año, por mucha que fueran sus buenas cualidades, está, en el momento presente, más muerta que el caballo del Cid. Y, no obstante, siempre quedará algo permanente, algo que, al menos teóricamente, habrá de seguir inmutable, fijado para siempre: el texto.
Paradoja: arte del refinamiento textual, de la más honda poesía, de Esquilo a Lorca o a Genet pasando por Calderón, Racine o Víctor Hugo. Arte de la práctica o de una práctica de grandes rasgos, de grandes signos, de redundancias, para ser contemplado, para ser comprendido por todos. Abismo entre el texto, de lectura poética siempre nueva, y la representación, de lectura inmediata.
Paradoja: arte de una sola persona, el gran creador, Molière, Sófocles, Shakespeare..., pero necesitado —tanto o más que el cine—  del concurso activo, creativo, de muchas otras personas (aún sin contar con la intervención directa de los espectadores). Arte intelectual y difícil que solo encuentra su acabamiento en el instante preciso en que el espectador plural se convierte no en muchedumbre, sino en público, público cuya unidad es propuesta con todas las mistificaciones que ello implica. Víctor Hugo veía en el teatro el instrumento capaz de conciliar las contradicciones sociales. Por el contrario Brecht ve en el teatro un instrumento para una toma de conciencia que divida profundamente al público, ahondando en sus contradicciones internas. Más que ningún otro arte —de ahí su situación peligrosa y privilegiada— el teatro, por medio de la articulación texto-representación, y aún más por la importancia de lo que apuesta material y financieramente, se muestra como una práctica social cuya relación con la producción —y en consecuencia con la lucha de clases— no es nunca abolida, ni siquiera cuando aparece difuminado por momentos y cuando todo un trabajo mistificador lo transforma, a merced de la clase dominante, en simple instrumento de diversión. Arte peligroso, de modo directo e indirecto, económico o policial, la censura —a veces bajo el aspecto particularmente perverso de la autocensura— no le quita nunca el ojo de encima.
Arte fascinante por exigir una participación cuyo sentido y función no están del todo claros, participación física y psíquica del comediante, participación física y psíquica del espectador. Por mostrar —mejor que cualquier otro arte— de qué modo el psiquismo individual se enriquece con la relación colectiva, el teatro se nos presenta como un arte privilegiado de una importancia capital. El espectador no está nunca solo; su mirada abarca el espectáculo y a los otros espectadores, siendo a su vez, y por ello mismo, blanco de la mirada de los demás. El teatro, psicodrama revelador de las relaciones sociales, maneja estos hilos paradójicos.



Fragmento extraído de Semiótica Teatral de Anne Ubersfeld, Ediciones Cátedra S.A., 1998

sábado, 30 de julio de 2011

Semiología teatral

La semiología en el teatro

No se puede leer teatro. Esto es algo que todos saben o creen saber. Lo saben, por desgracia, esos editores que sólo publican las obras de lectura recomendada en las instituciones docentes. No lo ignoran los profesores, que difícilmente disimulan su angustia a la hora de explicar o de intentar explicar un documento textual cuyas claves escapan al libro. Los comediantes, los directores escénicos —que creen conocer el problema mejor que nadie— miran con cierto desdén y recelo todo tipo de exégesis universitarias por considerarlas inútiles y soporíferas. Sábelo también el simple lector, ese lector que cada vez que se arriesga a la empresa de la lectura, tropieza con las dificultades de unos textos que no parece hayan sido escritos por el consumo libresco. No todo el mundo posee el hábito “técnico” del teatro representado o la imaginación especial que se requiere para construir, al hilo de la lectura, una representación ficticia. Y, no obstante, esto es lo que todos hacemos. Operación individualista que no se justifica ni en la teoría ni en la práctica.
Admitamos que no se pueda leer teatro. Y, pese a ello..., hay que leerlo. Ha de leerlo, en primer lugar, quien, por cualquier razón, ande metido en la práctica teatral (amateurs y profesionales, espectadores asiduos, todos vuelven al texto como a una fuente de referencia). Leen también teatro los amantes y profesionales de la literatura, profesores y alumnos (pues no ignora que, en algunas literaturas, buena parte de sus grandes autores son dramaturgos). Por supuesto que nos gusta estudiar las obras dramáticas en su escenificación, verlas representadas o hasta representarlas nosotros mismos. No obstante, confesemos con franqueza que esto de la representación es algo fugaz, efímero, sólo el texto permanece.
En esta lucha entre el profesor de literatura y el hombre de teatro, entre el teórico y el práctico, el semiólogo no es el árbitro sino más bien —si así se le puede denominar— el organizador. Uno y otro de los combatientes se sirven de sistemas de signos; precisamente del sistema o de los sistema que hay que estudiar y constituir conjuntamente a fin de establecer luego una dialéctica verdadera de la teoría y de la práctica.
El semiólogo no pretende mostrar la “verdad” del texto, sólo pretende establecer el sistema o sistemas de signos textuales que permitan al director escénico, a los comediantes, construir un sistema significativo en que el espectador concreto no se encuentre fuera de lugar.
Sin duda que, desde un punto de vista metodológico, la lingüística es una ciencia privilegiada para el estudio de la práctica teatral; y no sólo en lo que atañe al texto —sobre todo en los diálogos—, lo que es de todo punto evidente por ser verbal su materia de expresión, sino también en lo tocante a la representación, dada la relación existente entre los signos textuales y los signos de la representación.
Toda reflexión sobre el texto teatral se encontrará obligatoriamente con la problemática de la representación; un estudio del texto sólo puede constituir el prolegómeno, el punto de partida obligado, pero no suficiente, de esta práctica totalizadora que es la práctica del teatro concreto.


Fragmento extraído de Semiótica Teatral de Anne Ubersfeld, Ediciones Cátedra S.A., 1998