La magia de
la Danza
Donde hay gente, hay danza. Para muchas personas
“civilizadas”, bailar no es más que una diversión. Pero lejos de salones de
baile y discotecas, en muchas sociedades las danzas rituales aún marcan etapas
de la vida y sirven para comunicarse con los dioses.
Algunos pueblos danzan para lograr buenas cosechas
y cacerías o lluvias en sus secas tierras, o para vencer enfermedades o
enemigos. Estas danzas son una forma de rezo y tiene poderes mágicos.
Son típicas las danzas en que se imitan animales.
Por ejemplo, para distraer al espíritu del canguro antes de cazarlo, y
apaciguarlo luego, los jóvenes de la tribu de aborígenes australianos kemmirai
dan saltos, se pintan y ponen las manos en el pecho, como el animal que están a
punto de matar. Y los indios tewa en Nuevo México danzan, galopan y se
detienen, tiemblan y sacuden la cabeza por miedo, como el venado al que cazan.
Los indios de las praderas centrales de Estados
Unidos evocan a la lluvia: los sioux llenan una olla de agua y bailan a su
alrededor cuatro veces antes de tirarse al suelo y beber el líquido. Algunas
danzan ayudan a la supervivencia de individuos o aun de tribus. Los inuit y los
indios del Amazonas tienen chamanes, que danzan hasta el éxtasis para entrar en
el mundo espiritual y recuperar el alma de alguien que está enfermo. La tarea
de los “bailarines del diablo” en Sri Lanka también es exorcizar espíritus
malignos, al tiempo que los iroqueses del estado de Nueva York tienen un
singular buen humor para procurar la curación: primero el chamán decide cuál es
la causa de la enfermedad, que muchas veces es el espíritu de un animal, y
después receta una danza ritual para aplacar al espíritu ofendido. Los
bailarines imitan al animal, e incluso devoran el alimento favorito de éste; la
danza termina cuando todos animan ruidosamente al paciente.
En tales sociedades, las danzas marcan las etapas
de la vida: nacimiento, pubertad, matrimonio y muerte van acompañados de
bailes. Lo impresionante de éstos para un occidental es que raras vecen bailan
parejas de hombre y mujer. Además, no cambian los pasos y gestos tradicionales.
Tan estricto puede ser el código, según se dice, que los ancianos de la isla de
Gaua, en las Nuevas Hébridas, vigilan a los danzantes, listos para lanzar una
flecha al desafortunado que cometa un error.
¿Sabías
qué?, Readers Digest, 1990
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